lunes, 25 de enero de 2010

El principio de autoridad prevalece

En el transcurso de la espera de una actividad extraescolar, me encontraba frente a una madre y su hija donde la primera trataba de explicar el principio de reciprocidad a su hija, de unos cuatro años de edad.

Negociar en familia

El discurso maternal venía motivado a raíz de la conducta algo embarazosa, para la madre, de la niña al no compartir algún juguete con una de sus amiguitas cuando lo socialmente aceptado, lo que esperaba la madre, debió haber sido lo contrario. Las frases que conseguí captar eran del todo familiares, ¿a quien no le ha caído alguna vez semejante sermón?, del tipo: “hay que compartir”, “si tú quieres que te den algo tienes que dar algo primero” o “si quieres que sea tu amiga tú tienes que ser primero su amiga”.

Ante los ojos como platos de la niña, que parecía no entender semejante charla, ni los motivos por los cuales su conducta era reprobada, la madre decidió incluir alguna táctica, también familiar, en su estrategia de educar a su hija de acuerdo a los estándares sociales, cerrando el discurso con aquello de que “si no haces lo que digo, mamá se va a enfadar”.

Esta última frase si que la entendió la niña y prometió por el niño Jesús que iba a ser una niña buena, piadosa y obediente. Faltaría más. No se podía permitir el lujo de una charla como la anterior. Por lo menos, no ese día.

En esta corta y animada charla, para los observadores ajenos al conflicto, nos descubrimos ante dos principios básicos de argumentación e influencia y cómo uno de ellos, en este caso, prevalece sobre el otro.

Cuando ponemos frente a frente el principio de autoridad y el principio de reciprocidad, el primero gana por goleada. Sobre todo, si detrás de la autoridad hay posibilidad real de ejercer coacción sobre el otro.
Especialmente en los niños, que no han alcanzado una madurez social, cultural y biológica, ver el beneficio ajeno es mucho pedir y es algo que requerirá de un aprendizaje continuo y a largo plazo. Sin embargo, el principio de autoridad funciona mejor desde edades tempranas, es más comprensible, ya que entrelaza el sistema de castigos y recompensas con el seguimiento a la figura experta que representa, en teoría, un adulto.

En otras palabras, nuestra niña protagonista obedece a su madre, seguramente, no por mero altruismo o intercambio de favores sino porque “si mamá dice que tengo que compartir, será bueno porque ella es mayor y sabe más que yo y, además, si no la hago caso, me puede castigar”.

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