miércoles, 3 de marzo de 2010

Duelo de titanes

Duelo de titanes

Las actividades extraescolares dan mucho de sí. No es la primera vez que observo a mi alrededor algún episodio cotidiano que, en el transcurso de la espera, me sirve para matar el tiempo con alguna reflexión.

En el caso que ocupó mi tiempo hace unos días, pude observar el duelo de titanes que mantuvieron padre e hija durante algunos insoportables minutos ante la mirada atónita de una audiencia entregada a los placeres de la espera extraescolar.

(Para quien no tenga el gusto de haber experimentado estos placeres, me refiero a las agradables sensaciones que produce el estar esperando a que los hijos de uno realicen sus actividades deportivas y/o culturales varias tardes a la semana. En el intervalo uno puede prepararse la carrera de ingeniería de telecomunicaciones, sin mayor problema)

Según las últimas estadísticas se producen aproximadamente una barbaridad de duelos entre padres/madres e hijos/hijas a la salida del colegio o en cualquier otro centro comercial. El duelo consiste en que el infante de alrededor de tres años se tira al suelo, a veces pataleando, reclamando no se sabe qué en su indescifrable jerga y, con una convicción que asusta, espera, y a menudo consigue, obtener una victoria sobre sus abnegados progenitores.

El motivo es lo de menos. Lo que importa es la táctica.

En este juego de suma cero de posturas definidas y enfrentadas, donde, necesariamente uno de los dos adversarios debe perder, la fortaleza prima sobre la flexibilidad. Dar muestras de debilidad anima a cimentar la posición del otro.

En nuestra historia, se hace patente la tensión cuando todo indica que el padre logrará salirse con la suya al mostrar la postura clara e inflexible ante su hija de abandonarla a su suerte, en el suelo y pataleando. Nada hará cambiarle de opinión, por mucho que suban los decibelios. Ahí te quedas, maja.

En la otra esquina, la niña, tras una profunda pero breve reflexión, aprecia la debilidad de su posición. La alternativa de quedar abandonada en el frío polideportivo, su dependencia respecto al papá, el quedarse ya sin cuerdas vocales tras minutos de zarzuela (por algo es nuestro género chico) hace que, lentamente, abandone su protesta y tome el camino tras los pasos de su padre, que, hasta ese momento se mantiene firme. La victoria parece clara.

Pero, un momento, transcurridos sólo unos segundos en esa victoria parcial, al padre no se le ocurre otra cosa que volver la cabeza, detenerse para comprobar los daños del contrario, dando muestras de duda ante la dureza de su decisión. Ese momento de debilidad es aprovechado por su hija para reconsiderar la vuelta a su posición inicial y lanzarse de cabeza sobre el suelo de hormigón, entonando una nueva llantina. Todavía espera una victoria de última hora.

Pero es sólo un espejismo. Nuestro héroe, dándose cuenta del exceso de confianza, emprende el vuelo, con mayor velocidad y decisión. La hija no tiene más remedio que firmar la paz y someterse a los límites que marca el ganador.